¿Qué es eso de tener fe?

Cuando pienso en qué significa tener fe, tengo siempre la tentación de responder esta pregunta con la mente... Y entonces la fe se convierte en un conjunto de "cosas que se creen", verdades repetidas y afirmadas sin margen de discusión.... y parece que la fe se un conjunto de dogmas. Pero si dirijo la pregunta al corazón, que es donde reside mi auténtica humanidad, mi corazón me responde que "tiene fe" o más bien, que "confía" en alguien, y no en algo.

Así que podíamos decir que la "fe" es la respuesta a un encuentro; a un encuentro con alguien que de alguna forma te anima a "ver" las cosas como él o ella las ve. Es fe, o confianza, nuestra forma de reaccionar ante un completo extraño al que le pedimos que nos indique el dónde está una calle que estamos; también es confianza o fe nuestra reacción cuando una esposa le dice a su esposo que están embarazados. En ambos casos actuamos aceptando como ciertas ambas afirmaciones.

Y lo fascinante de la experiencia de fe, o mejor, del encuentro que genera una experiencia de fe, es que ni siquiera tiene que cambiar las circunstancias para que estas cambien. Podemos soñar con que "los que tiene fe" tienen una vida más fácil, o al menos tienen todas las respuestas. Pero quizás no es tan así.

Imaginemos que la vida humana fuera un vagar por el desierto. Me gusta la metáfora porque el desierto es hostil, agotador, desolador, estéril, y además porque da la impresión de que camines hacia donde camines todo es lo mismo; más o menos como nos sucede en ocasiones con la vida. En ese desierto uno se levanta por la mañana, se cuece de calor, se pelea por un poco de agua y algo de comer, mendiga una sombra y se pela de frío por la noche. Y así un día y otro y otro....

Si uno tuviera un brújula, al menos sabría que no está caminando en círculos; y si además tiene un mapa podría incluso prepararse para las dificultades que pudieran aparecer y podría planificar la ruta más cómoda. Pero si la meta es desconocida, si nunca antes has estado, cada paso que se da es sólo un paso entre la duda y la confianza de que el mapa esté actualizado y de que la brújula no esté rota. Y además, en el desierto no siempre es fácil ubicarse en el mapa, ya que todo parece igual. Así que aunque poseemos el control de mapa y la brújula, cada paso que damos sin llegar a la ciudad de destino va haciendo un poquito más honda nuestra duda de si estaremos yendo por el camino recto.

Pero si de pronto apareciera un caminante, uno que conociera nuestro destino porque ya ha estado allí, uno que podría ser un mensajero de la ciudad a la que vamos, o incluso podría ser el mismísimo constructor de la ciudad, en ese caso se produce una reacción muy interesante. Porque en su compañía cada uno de los pasos que damos son pasos que nos conducen a la ciudad. Se genera una confianza, una fe, en la persona que nos acompaña. Pero eso no le quita ni un ápice al esfuerzo del desierto: la arena sigue siendo abrasadora y el agua no siempre aparece, pero cada día que caminamos con el enviado sabemos que estamos más cerca de la ciudad, y así cada día merece la pena haberse cansado, porque estamos algo más cerca.

Así que el encuentro genera la fe. Y la fe no cambia las circunstancias, sólo les da un sentido, una lógica, o si queremos les da "un nombre". Y así "vagar sin rumbo" se transforma en "caminar a casa", el "desierto" se transforma en "camino", el "calor y el frío" se convierten en "parte del camino" y los "extraños" que nos acompañan se vuelven "compañeros de viaje".

Así que la fe no nos facilita la vida, pero si hace que cada elemento tenga un sentido.

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