Maestros que halagan los oídos

Hoy celebrábamos en la Orden la fiesta de San Agustín. La segunda lectura era de la carta a Timoteo, del capítulo 4 y allí, el el versículo 3 se dice que los hombres acabarán por buscar "maestros que les halaguen los oídos", que les hablen según sus caprichos, alejándose de la doctrina sana.

Mi trabajo en este día era el de escuchar confesiones como un poseso, algo a lo que me he acostumbrado malamente después de la última semana en Madrid. Las personas venían con sus dramas personales, con sus debilidades.... y buscaban una palabra que verdaderamente diera explicación al fracaso cotidiano en desarrollar el deseo de vivir en un mundo más feliz, más justo, más fraterno, más lleno de alegría, de paz, de magnanimidad, de amor, de.... de humanidad en fin.

¿Acaso existe una posibilidad al menos de que el hombre puede vivir en comunión fraterna con los demás habitantes del mundo? Si es posible saciar este intenso deseo del corazón, bebamos de la fuente.

Yo explicaba en la homilía que posibilidad al menos una sí conozco, una puerta a través de la cuál se puede pasar a un mundo de justicia y de paz, un mundo donde nos tratemos como auténticos iguales. La puerta es aquél que ha dado la vida por nosotros y ha hecho de llagas y costados puertas sangrantemente abiertas para que el hombre entre en su auténtico misterio, en la experiencia de ser uno consigo mismo y uno con los otros. La experiencia de vivir en la casa de Dios, en el cuerpo de Cristo, en la comunión de la Iglesia

Y además es que yo he leído esa forma de vida en los primero capítulos del libro de los Hechos de los Apóstoles, cuando la comunidad de creyentes tenía un mismo sentir y un mismo pensar, una comunión de intenciones, de preocupaciones, donde nadie pasaba necesidad porque el que tenía compartía con quien no tenía, como había hecho el maestro enseñando que los peces y los panes están hechos para ser partidos.

Y además de leerlo, yo lo he visto, lo he olido y sentido cn mis carnes la semana pasada, cuando un par de millones de ciudadanos nos agrupamos en Madrid para vivir juntos y vivir una fiesta de fe. Y había alegría, y serenidad, y paciencia, y paz, y comprensión, y magnanimidad, y compartir, y unidad de corazón y criterios, y una voz que eran muchas y una sola... y una noticia antigua y aún hoy nueva, siempre la misma y siempre proclamada en lenguas y culturas diversas....

Simplemente, éramos el cuerpo de Cristo, que algunos llaman Iglesia. Muchos miembros pero no muchos cuerpos, muchos corazones, muchas almas pero un solo corazón, una sola alma. Igual que en la historia de los Hechos de los Apóstoles

Yaún así, hay quien prefiere las fábulas, quien escucha verdades a la medida de su corazón. He leído dos páginas de interent, de dos hombres que considero de gran inteligencia, quizás sabios y de los que que aprendí y aprendo bastante.... pero que obnubilados por las ideologías aprendidas cierran la mirada y endurecen el corazón ante lo que pasa por su puerta.

José María Castillo comentaba en religión digital que la JMJ era la expresión del "no pensar", del miedo a la libertad. Y me aterra que alguien tenga miedo ante la fidelidad a una persona, que además es un probado seguidor del evangelio y un sabio, un anciano pastor que camina el primero y que ha venido a Madrid para pasar media hora de silencio junto a los creyentes que superando la tormenta quedamos con él. No escuché consignas partidistas, normas ideológicas ni eslóganes doctrinales, más allá del nombre de Jesús, de la fidelidad a su evangelio a la Iglesia de la que hemos recibido tanto.... Y "fidelidad" no se refería creo yo a asentimiento intelectual sino a afectividad del corazón.

El otro sabio es un poeta, quizás el mejor poeta del cínico nihilismo de la vida, de la sonrisa burlona ante el drama y de la huida fácil hacia más allá de las angustias. Joaquín Sabina se despechaba a gusto mientras advertía contra la manipulación de adolescentes rodeados de monjas..... Como si Madrid se hubiera llenado de coloridos y alegres muchachos y muchachas sólo porque la negra mano eclesial hubiera fletado aviones y autobuses.

¿Qué hace que el ser humano deje de ver la realidad como es y contemple sólo la caricatura que la ideología hace de ella? ¿Por qué ese rechazo a la verdad auténtica y esa atracción por las fábulas, que decía la carta a Timoteo?

Tal vez es porque la fábula se presenta sin pretensión de ser cierta, tan sólo de entretener las espectativas y permite permanecer sin respuesta aún, sin certeza, sin camino. Porque si aparece un camino, una vía, una senda cierta que lleve a casa, entonces la opción de seguir o no seguir la senda no es aleatoria ni accesoria, ya que la persona inteligente seguirá la senda que le lleve a la verdad y a la justicia, a la paz y la serenidad.

A no ser que el profeta de esa senda sea alguien a quien rechazo por el color de sus vestidos o por las ideas de quienes llevaron antes sus vestidos, a no ser que no sea capaz de reconocer que alguien conoce el camino mejor que yo, a no ser que la senda que me proponen sea demasiado exigente para mi vida o demasiado simple para mi nivel intelectual.

Si esto ocurre, el corazón prefiere maestros que le hablen según sus caprichos, y reniega de los que ocurre y lo traduce a clichés, y lo rechaza,....

Pero digan lo que digan los sabios, lo que pasó allí, allí pasó. Y si en lugar de imaginar hubieran visto, si en lugar de suponer hubieran preguntado, si en lugar de escuchar de oídas hubieran resistido en la tormenta, entonces quizás habrían saboreado el mensaje del silencio en que el Papa nos envolvió en la noche del sábado, un silencio locuaz en una comunidad silenciosa y sonora, en una Presencia quizás inefable pero sin duda innegable.

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