Miércoles - día 7 - decenario del Espíritu Santo
¡Ven, Santo y Divino Espíritu!
¡Ven como Luz, e ilumínanos a todos!
¡Ven como fuego y abrasa los corazones, para que todos ardan en amor divino!
Ven, date a conocer a todos, para que todos conozcan al Dios único verdadero y le amen, pues es la única cosa que existe digna de ser amada.Ven, Santo y Divino Espíritu, ven como Lengua y enséñanos a alabar a Dios incesantemente,
Ven como Nube y cúbrenos a todos con tu protección y amparo,
Ven como lluvia copiosa y apaga en todos el incendio de las pasiones,
ven como suave rayo y como sol que nos caliente,
para que se abran en nosotros aquellas virtudes que Tú mismo plantaste en el día en que fuimos regenerados en las aguas del bautismo.
Ven como agua vivificadora y apaga con ella la sed de placeres que tienen todos los corazones;
ven como Maestro y enseña a todos tus enseñanzas divinas y no nos dejes hasta no haber salido de nuestra ignorancia y rudeza.
Ven y no nos dejes hasta tener en posesión lo que quería darnos tu infinita bondad cuando tanto anhelaba por nuestra existencia.
Condúcenos a la posesión de Dios por amor en esta vida y a la que ha de durar por los siglos sin fin. Amén.
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente; que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades y hermosuras, tus riquezas y tus glorias. Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el fin para que fuimos criados. ¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me partiera el corazón en mil pedazos! ¡O que de un encendido amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el último instante de mi vida y continúe después amándote por los siglos sin fin. Amén.
Oración
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza, honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina: que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay honra ni gloria digna de Ti. ¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo; sólo es desconocida la tercera Persona, que es el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien nos santifique y a Ti nos lleve. Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin El bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
Enseñanzas e instrucciones que nos da este Divino Maestro
acerca de lo que a Dios más Le agrada y a nosotros grandemente nos aprovecha.
No os quiero decir nada acerca de los inmensos consuelos y
dulzuras que el alma y el cuerpo, sentidos y potencias, sienten en esta escuela
dirigidos por un tan admirable Maestro como lo es el Espíritu Santo, porque el
buscar a Dios por lo que da, o por lo dulce que es, es el medio de nunca
gustar, ni sentir, las dulzuras y consuelos que se desean, y además es el gran
estorbo y no pequeño impedimento para lograr la unión con Dios.
Todo se alcanza, todo se tiene, porque todo nos lo dan
cuando sólo a Dios buscamos por quién Él es, no por lo que da ni por lo que nos
ha prometido, sino sólo por quien es.
A Dios hay que buscarle, servirle y amarle
desinteresadamente; ni por ser virtuoso, ni por adquirir la santidad, ni por la
gracia, ni por el Cielo, ni por la dicha de poseerle, sino sólo por amarle; y
cuando nos ofrece gracias y dones, decirle que no, que no queremos más que amor
para amarle, y si nos llega a decir pídeme cuanto quieras, nada, nada le
debemos pedir; sólo amor y más amor, para amarle y más amarle.
Esto es lo más grande que podemos pedir y desear, por ser
Él la única cosa digna de ser amada y apetecida, y convencidos de esta verdad,
pasemos adelante, hablando de lo que a Dios más Le agrada y a nosotros
grandemente nos aprovecha.
Es tan hábil para enseñar este sapientísimo Maestro, que es
lo más admirable ver su modo de enseñar. Todo es dulzura, todo es cariño, todo
bondad, todo prudencia, todo discreción.
Ya dejo dicho que no usa de palabras para enseñar, sino rara
vez.
Entonces suena la voz en la escuela, pero sin verle. Mas el
que oye esta voz bien sabe que Él es, y se oye después que las lecciones
recibidas las ha puesto en práctica todas con amor y desinteresadamente.
Ya dejo dicho que las lecciones en esta escuela todas hay
que ponerlas en práctica y si no se ponen es tiempo perdido y da su merecido
castigo.
Y el castigo que da es no abrirse la escuela hasta no haber
puesto en práctica las lecciones recibidas y no practicadas.
Y aunque se practique, el no haberlas practicado a su
tiempo hay que llorarlo y sentirlo con el verdadero sentir, que también enseña,
que es no sentirlo por el castigo o alguna otra mira, sino sentirlo muy de
corazón sólo por haberle a Él faltado y por el disgusto que Le damos tan grande
cuando con nuestro modo de proceder Le obligamos a que nos castigue.
Como nos ama tanto..., tanto, es tan grande su sentir
cuando a castigarnos Le obligamos, que nos castiga, tanto por obligarle a que
nos castigue como por lo que hicimos mal hecho, pues no puede dejar de
castigarnos. Eso lo entendemos nosotros bien en esta escuela.
Como es tan Santo y la santidad toda es justicia, si no
castigara, no digo el pecado, sino la imperfección, no sería perfecto; y no ser
perfecto en Dios sería una falta y en Él no cabe falta.
Porque en lo infinito no cabe falta y Dios es infinito en
todo.
Y esto que es así, no lo sabemos por las lecciones que allí
nos dan; esto que ahora digo se aprende con su trato familiar que, como
Maestro, tiene con nosotros.
Es cierto y os hablo con verdad; creedme, que no se le ve,
pero se le siente, se le palpa, se le gusta, se le saborea, se siente uno lleno
de Él; se experimenta la transformación del alma en Él, hecha por Él, porque
esto el alma con cosa alguna no puede lograr, ni adquirir, si gratuitamente el
Espíritu Santo no se lo da.
Porque esta Persona Divina es como la acción de Dios, que
desciende a nosotros para unirnos a Él y hacernos por amor como una sola cosa
con Él.
¡Oh verdadera riqueza! ¡Tesoro escondido! ¡Oh! ¿Dónde
estás? ¿Cómo te han de hallar los hombres? ¡Salen fuera de sí para buscarla y
está este grande tesoro en el centro de nuestra alma!
Aquí ha puesto Dios nuestro gozo, nuestra alegría, nuestro
consuelo, nuestra paz, nuestra tranquilidad, el paraíso de la tierra, donde se
goza y disfruta del Cielo anticipado.
El gozar de esta escuela es tan consolador, que todos
los goces del mundo juntos no tienen a él semejanza. Mas queden suspendidos los
goces por ahora. Sigamos el modo de enseñar de este tan admirable y sabio
Maestro. Con esa luz clara y hermosa que trae consigo y que la pone en nuestro
entendimiento y allí la deja, ve aquella verdad que pone en el alma este
sapientísimo Maestro. No tiene más que hacer el entendimiento que mirar la
verdad y la ve perfectamente con la claridad de la luz, que para este fin le
han dado; y perfectamente la entiende sin trabajo alguno; la comunica el mismo
entendimiento a la voluntad y ésta la ama, o la detesta y aborrece, según de lo
que sea.
Porque si la verdad dada ha sido acerca de Dios, la
voluntad se lanza a amarla ciega y desinteresadamente; si es la verdad recibida
de sí misma, la voluntad no se mueve a amar, sino a quitar, aborrecer y
detestar.
Porque todas estas verdades conocidas con la luz que dan al
entendimiento, todas van encaminadas al conocimiento de Dios y al propio
conocimiento; y como en Dios, todo cuanto ve y entiende, sabe que es digno de
ser amado, la voluntad lo ama ciega y desinteresadamente.
Y como en ella o en sí ve y entiende perfectamente que todo
cuanto hay es digno de aborrecimiento y detestación, lo detesta y aborrece, con
el firme propósito de trabajar cuanto pueda, hasta lograr arrancarlo de sí.
Con el arte que se da para enseñar este tan hábil Maestro,
todo causa contento y gran placer. Y así como lo poco que se hace en bien de
nuestra alma, cuando no se anda en esta escuela cuesta tanto, así, al
contrario, cuando en ella se anda y en ella se persevera, cuanto más se hace,
más se desea hacer.
Cuando uno se convence de la necesidad que tenemos de dar
muerte al amor propio, al juicio propio y a la voluntad propia, y se ponen en
práctica las lecciones que da este Maestro Divino para poderlo pronto
conseguir, no hay palabras para expresar la dicha que el alma siente. Porque
esto de hacerse uno señor de sí, no se sabe qué cosa es hasta que se consigue.
A este señorío no hay cosa que le supere si no es la
posesión de Dios en la bienaventuranza de la gloria. Es el paraíso en la
tierra.
En esta práctica y con estas muertes quedan rotas todas las
cadenas de la propia esclavitud; y con este señorío es uno tan dichoso, que no
hay acá en la tierra dicha que a ésta se pueda igualar; y a esta dicha la sigue
otra eterna, la posesión de Dios por amor en esta vida, dicha tan grande, que
por todos los martirios que hubiera que pasar, pasaría el alma y el cuerpo;
porque esta dicha todo nuestro ser la siente, la gusta, y saborea el raudal de
tan inmensas dulzuras. Y trae consigo el mismo goce la bienaventuranza de la
gloria, porque se deja traslucir un no sé qué..., que no hay palabras para
expresar lo que esto es. Es como un grabado o sello impreso que pone el amor de
los amores en lo más íntimo de nuestra alma.
¡Oh vida mía! ¡Mi todo en todas las cosas! ¡Fortaleza mía!
¡Cómo preparas al alma con tu misma fortaleza! ¡Oh! ¿Cómo es que vive y no
muere el que esto recibe, pues todo tiene fuerza sobrada para acabar con la
vida natural? ¡Oh cómo hieres y sanas! ¡Cómo es para morir esta vida natural! Y
¿cómo es que no muere, pues tanto lo desea?
¡Oh Santo y Divino Espíritu! ¿Quién me diera el poder de poder hacer que todos emprendieran la vida interior del alma, para que fueras conocido y todos te desearan y buscaran, para que todos contigo, con tu ayuda, con tu gracia y tus bondades, lográramos la posesión de Dios por amor en esta vida, para con esto asegurar la bienaventuranza de la gloria, donde la seguridad es completa de no poderle perder y por los siglos sin fin amarle cuanto uno puede amar? ¡Oh Santo y Divino Espíritu! ¡Date a conocer a las almas que buscan, quieren y con delirio desean la santificación de sus almas! ¡Mira cuán gustosas han de venir a tu escuela y han de practicar con entera voluntad tus lecciones!, y tendrán el consuelo de tener a quien dar tus riquezas y tus glorias, el tiempo y por los siglo sin fin, como Tú lo deseas, Santo y Divino Espíritu. Así sea.
Letanía del Espíritu Santo
Señor. Tened piedad de nosotros.
Jesucristo. Tened piedad de nosotros
Señor. Tened piedad de nosotros.
De todo regalo y comodidad. Libradnos Espíritu Santo.
De querer buscar o desear algo que no seáis Vos. Libradnos Espíritu Santo.
De todo lo que te desagrade. Libradnos Espíritu Santo.
De todo pecado e imperfección y de todo mal. Libradnos Espíritu Santo.
Padre amantísimo. Perdónanos.
Divino Verbo. Ten misericordia de nosotros.
Santo y Divino Espíritu. No nos dejes hasta ponernos en la posesión de la Divina Esencia, Cielo de los cielos.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo. Enviadnos al divino Consolador.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo. Llenadnos de los dones de vuestro espíritu.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo, haced que crezcan en nosotros los frutos del Espíritu Santo.
Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creados y renovarán la faz de la tierra.
Oremos: Oh Dios, que habéis instruido los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concedednos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro. Así sea.
Obsequio al Espíritu Santo para este día segundo
Hacer firme propósito de no buscar cosa alguna que huela a
consolación, sino hacerlo todo por sólo servirle y darle contento a Dios.
Es también un poco difícil el hacer las cosas y no buscar
algún consuelillo en ellas; porque todo nuestro ser sabe que para gozar y sólo
para gozar fuimos criados; pero, pobrecillos nuestros primeros padres, Adán y
Eva, los engañó y sedujo Satanás.
Pero esto no lo sintamos, porque nos remedió el Señor
nuestro Dios ante el mal con inmensas ventajas. Entrad en la vida interior y
veréis qué comparación hay entre lo antes prometido y lo que ahora nos es dado.
Mirad lo que quiere y desea que hagamos el Espíritu Santo.
El que hace esto, da a Dios un grandísimo contento y a
nosotros nos atrae grandes ventajas.
Mirad; poned vuestros ojos y corazón en no cometer faltas
deliberadas o a sabiendas, como yo digo; y no dar a nadie, ni a persona, ni a
cosa, algún afecto del corazón, por pequeño que él sea.
Y después de hacer esto, os sentís en la oración con
sequedad y vais a Misa con sequedad y comulgáis con sequedad y hacéis todo con
sequedad, y los vencimientos que Dios os pide los hacéis costándoos mucho, pero
si los hacéis, aunque sea llorando, por lo mucho que cuestan, no temáis.
Al menos yo bien de ello he llorado, porque me quería
vencer y no podía vencerme; pero, al fin, lo hacía.
Siempre que os examinéis y no halléis faltas
deliberadamente cometidas, no temáis; yo, si os viera y tratara, por esta
sequedad os daba la enhorabuena; porque el hacer las cosas que pertenecen al
servicio de Dios en sequedad, es señal inequívoca que a sólo Dios buscamos y
que por puro amor a Él lo hacemos.
Esto bien nos lo enseñan que es así en esta escuela divina,
donde el Maestro es el mismo Dios.
¿Y quién mejor que Él sabe lo que le agrada y desagrada, lo
que es mejor y lo que no es tan bueno, y lo que de suyo a nosotros nos
aprovecha o daña? ¿Quién mejor que Él para saberlo?
Cuando el consuelo nos mueve a hacer las cosas del servicio
del Señor, creedme, no buscamos ni nos movemos a hacerlo por Dios: nos mueve a
ello nuestro amor propio y lo hacemos buscándonos a nosotros.
Pues a echar a un lado los goces; que para gozar, una eternidad
de sólo goces nos está preparada; a padecer y más padecer por amor de Aquel que
dio la vida por nosotros. Así sea.
Oración final
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba, le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería. Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?”
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que Te aman! ¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por los siglos sin fin. Así sea.
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