Oración en una ciudad desolada

 En esta jornada en que los agustinos recordamos a San Agustín y recordamos lo que ha significado en nuestra vida conocer su pensamiento y su espiritualidad, conocer la fraternidad que el inició, te invito a rezar con Agustín y con nosotros.


¡Tarde te amé, belleza infinita,
tarde te amé, tarde te amé
belleza siempre antigua
y siempre nueva!

Y supe, Señor
que estabas en mi alma
y yo estaba fuera.
Así te buscaba
mirando la belleza
de lo creado.

Señor, tú me llamaste,
tu voz a mi llegó,
curando mi sordera.
Con tu luz brillaste
cambiando mi ceguera
en un resplandor,

Tú estabas conmigo,
mas yo buscaba fuera
y no te encontraba.
Era un prisionero
de tus criaturas,
lejos de Ti.

Hasta mí ha llegado
el aroma de tu gracia,
por fin respiré.
Señor yo te he buscado,
siento hambre y sed,
ansío tu paz.


1. Una tierra estéril y desierta

El ser humano ha ido deformando el mundo haciéndolo cada vez menos habitable. Son las manos del hombre las que han convertido el jardín de Dios en un erial. Y, al mismo tiempo, parece imposible que esas mismas manos de hombre puedan arreglar lo que tantos años de errores han causado. La pobreza se vuelve endémica y hay quien nace con una deuda que no podrá pagar ni siquiera en tres vidas.

Este último año la vida ha golpeado a todos los hombres por igual. La pandemia nos tiene aterrados, encerrados, temerosos y ha sembrado en nuestros corazones una tremenda desconfianza hacia el futuro y una resignación ante la continua frustración de las esperanzas. Soñamos con la vida que dejamos atrás porque somos incapaces de imaginar una vida con las calles vacías y los rostros enmascarados. 


Del libro de las Lamentaciones (3,11-22)

Se consumen en lágrimas mis ojos, se conmueven mis entrañas;
muy profundo es mi dolor
por la ruina de la hija de mi pueblo;
los niños y lactantes desfallecen
por las plazas de la ciudad.

Preguntan a sus madres: «¿Dónde hay pan y vino?»,
mientras agonizan, como los heridos,
por las plazas de la ciudad,
exhalando su último aliento
en el regazo de sus madres.

¿A quién te compararé,
a quién te igualaré, hija de Jerusalén?;
¿con quién te equipararé para consolarte,
 doncella, hija de Sión?;
pues es grande como el mar tu desgracia:
¿quién te podrá curar?

Tus profetas te ofrecieron  visiones falsas y vanas;  
no denunciaron tu culpa para que cambiara tu suerte,
sino que te anunciaron
oráculos falsos y seductores.

Levántate, grita en la noche,
al relevo de la guardia;
derrama como agua tu corazón
en presencia del Señor;
levanta tus manos hacia él
por la vida de tus niños,
que desfallecen de hambre
por las esquinas de las calles.

«¡Mira, Señor, y contempla
a quién has tratado así!;
¿habrán de comer las mujeres su propio fruto,
Yacen por tierra en las calles
 niños y ancianos;
mis doncellas y mis jóvenes
a cuantos cuidé y crié
mi enemigo los exterminó».


2. Una palabra profética ante la amargura

CANTO - VEN

Ven, no apartes de mí los ojos,
te llamo a ti, te necesito,
para que se cumpla en el mundo
el plan de mi Padre. 


De libro del profeta Isaías (Is 35)

El desierto y el yermo se regocijarán,
se alegrará la estepa y florecerá,
germinará y florecerá como flor de narciso,
festejará con gozo y cantos de júbilo.
Le ha sido dada la gloria del Líbano,
el esplendor del Carmelo y del Sarón.
Contemplarán la gloria del Señor,
la majestad de nuestro Dios.
Fortaleced las manos débiles,
afianzad las rodillas vacilantes;
decid a los inquietos:
«Sed fuertes, no temáis.
¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite,
la retribución de Dios.
Viene en persona y os salvará».
Entonces se despegarán los ojos de los ciegos,
los oídos de los sordos se abrirán;
entonces saltará el cojo como un ciervo
y cantará la lengua del mudo,
porque han brotado aguas en el desierto
y corrientes en la estepa.
El páramo se convertirá en estanque,
el suelo sediento en manantial.
En el lugar donde se echan los chacales
habrá hierbas, cañas y juncos.
Habrá un camino recto.
Dios mismo abre el camino
para que no se extravíen los inexpertos.
No hay por allí leones,
ni se acercan las bestias feroces.
Los liberados caminan por ella
y por ella retornan los rescatados del Señor.
Llegarán a Sión con cantos de júbilo:
alegría sin límite en sus rostros.
Los dominan el gozo y la alegría.
Quedan atrás la pena y la aflicción. 

3. En la tormenta pero navegando

San Agustín, sermón 63. Comentando Mt 8,23-27)

Subió Jesús a la barca, y sus discípulos lo siguieron. En esto se produjo una tempestad tan fuerte, que la barca desaparecía entre las olas; él dormía. Se acercaron y lo despertaron gritándole: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!»

Los navegantes son las almas que pasan este mundo en un madero. La nave figuraba asimismo a la Iglesia. Y, en efecto, todo cristiano es templo de Dios, todo cristiano navega en su corazón y, si piensa rectamente, no naufraga.

2. Has sentido una ofensa, he ahí el viento. Te llenaste de ira, he ahí el oleaje. Si sopla el viento y se encrespa el oleaje, se halla en peligro la nave, fluctúa tu corazón, fluctúa tu corazón. Oída la ofensa, deseas vengarte. Pero advierte que te vengaste y, claudicando ante el mal ajeno, naufragaste. Pero ¿cuál es la causa de ello? Que Cristo duerme en ti. ¿Qué significa: duerme en ti Cristo? Te olvidaste de Cristo. Despierta a Cristo, pues; acuérdate de Cristo, esté Cristo despierto en ti: piensa en él. ¿Qué querías? Vengarte. ¿Se te ha pasado de la memoria que él, cuando fue crucificado, dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen?3 Quien dormía en tu corazón no quiso vengarse. Despiértale, acuérdate de él. Memoria de él es su palabra; memoria de él, su precepto. Y, si Cristo está despierto en ti, dirás para ti: «¿Qué clase de hombre soy yo para querer vengarme? ¿Quién soy yo para proferir amenazas contra un hombre? Moriré quizá antes de vengarme. Por lo tanto, haré que amaine mi ira y volveré a la quietud de mi corazón». Dio órdenes Cristo al mar y se produjo la bonanza5.

3. Lo que he dicho respecto a la ira, retenedlo como norma para todas las tentaciones que os sobrevengan. Surgió la tentación, es el viento; te turbaste, es el oleaje. Despierta a Cristo; hable él contigo. ¿Quién es este, dado que le obedecen el viento y el mar? ¿Quién es este a quien obedece el mar? Imita más bien a los vientos y al mar; obedece al Creador. Escucha el mar la orden de Cristo ¿y tú permaneces sordo? Le escucha el mar, amaina el viento ¿y tú soplas? ¿Qué? Hablo, actúo, simulo: ¿qué es esto sino soplar y no querer ceder ante la orden de Cristo? No os venza el oleaje cuando se perturbe vuestro corazón. Pero, puesto que somos hombres, si el viento nos empuja, si nos mueve el afecto de nuestra alma, no perdamos la esperanza; despertemos a Cristo para navegar en la bonanza y llegar a la patria.


4. Oramos a Dios con San Agustín.

De los soliloquios, libro I

Oh, Dios,
separarse de ti es caer;
volverse a ti, levantarse;
permanecer en ti es hallarse firme.



Acude propicio en nuestra ayuda

Oh, Dios,
darte a ti la espalda es morir,
convertirse a ti es revivir,
morar en ti es vivir.

Acude propicio en nuestra ayuda

Oh, Dios,
a quien nadie pierde sino engañado,
a quien nadie busca sino avisado,
a quien nadie halla sino purificado.

Acude propicio en nuestra ayuda

Oh Dios,
dejarte a ti es ir a la muerte;
seguirte a ti es amar;
verte es poseerte.

Acude propicio en nuestra ayuda

Oh, Dios,
a quien nos despierta la fe,
levanta la esperanza,
une la caridad.

Te invoco a ti, oh Dios,
por quien vencemos al enemigo.
Dios, por cuyo favor no hemos perecido nosotros totalmente.
Dios que nos exhortas a la vigilancia.

Acude propicio en nuestra ayuda

Dios, por quien discernimos los bienes de los males.
Dios, con tu gracia evitamos el mal y hacemos el bien.
Dios, por quien no sucumbimos a las adversidades.
Dios, a quien se debe nuestra buena obediencia y buen gobierno.

Acude propicio en nuestra ayuda

Dios, por quien aprendemos que es ajeno lo que alguna vez creímos nuestro
y que es nuestro lo que alguna vez creímos ajeno.
Dios, gracias a ti superamos los estímulos y halagos de los malos.
Dios, por quien las cosas pequeñas no nos empequeñecen.
Dios, por quien la muerte será absorbida con la victoria.

Acude propicio en nuestra ayuda

Dios, que nos conviertes.
Dios, que nos desnudas de lo que no es y vistes de lo que es.
Dios, que nos haces dignos de ser oídos.

Acude propicio en nuestra ayuda

Dios, que nos defiendes.
Dios, que nos guías a toda verdad.
Dios, que nos muestras todo bien,
dándonos la cordura y librándonos de la estulticia ajena.

Acude propicio en nuestra ayuda

Dios, que nos vuelves al camino.
Dios, que nos traes a la puerta.
Dios, que haces que sea abierta a los que llaman.

Acude propicio en nuestra ayuda

Dios, que nos das el Pan de la vida.
Dios, que nos das la sed de la bebida que nos sacia.

Acude propicio en nuestra ayuda

Dios, por quien no nos arrastran los que no creen.
Dios, por quien reprobamos el error de los que piensan que las almas no tienen ningún mérito delante de ti.
Dios, por quien no somos esclavos de las circunstancias.
Dios, que nos purificas y preparas para el divino premio,

Acude propicio en nuestra ayuda


5. Hombres buenos y tiempos buenos.

Por tanto, hermanos, os digo que oréis cuanto podáis. Abundan los males, pero Dios lo quiso. ¡Ojalá no abundaran los malos y no abundarían los males! «Malos tiempos, tiempos fatigosos» —así dicen los hombres—. Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros; como somos nosotros, así son los tiempos. Pero ¿qué hacemos? ¿No podemos convertir a la vida santa a la muchedumbre de los hombres? Vivan bien los pocos que me escuchan; los pocos que viven santamente soporten a los muchos que viven malvadamente. Son granos, están en la era. En la era pueden tener a su lado la paja, pero no en el granero. Soporten lo que no quieren para llegar a lo que quieren. ¿Por qué nos entristecemos y acusamos a Dios? Si abundan males en el mundo es para que no lo amemos. Grandes varones, santos varones fueron los que despreciaron un mundo hermoso; nosotros no somos capaces de despreciarlo ni aun siendo feo. El mundo es malo; ved que es malo y se le ama como si fuera bueno. Sin embargo, ¿qué es ese mundo malo? Pues no es malo el cielo, ni la tierra, ni las aguas y cuanto hay en ellos, los peces, las aves, los árboles. Todas estas cosas son buenas, pero el mundo malo lo constituyen los hombres malos. Mas, puesto que, mientras vivimos —como he dicho—, no podemos carecer de hombres malos, gimamos ante el Señor nuestro Dios, soportemos los males hasta llegar a los bienes. Nada reprochemos al padre de familia, pues es cariñoso. Es él quien nos lleva, no nosotros a él. Sabe cómo gobernar lo que él creó; haz lo que mandó y espera lo que prometió.

(Sermón 80)

Canto Aleluya de la Tierra

¿Quién quiere resucitar a este mundo que se muere? 
¿Quién cantará el aleluya de la nueva luz que viene? 
¿Quién cuando mire la tierra y las tragedias observe 
sentirá en su corazón el dolor de quien se muere? 
¿Quién es capaz de salvar a este mundo decadente, 
y mantiene la esperanza de los muchos que la pierden?

El que sufre, mata y muere, 
desespera y enloquece, 
y otros son espectadores, no lo sienten (bis).

¿Quién bajará de la cruz a tanto Cristo sufriente 
mientras los hombres miramos impasivos e indolentes? 
¿Quién grita desde el silencio de un ser que a su Dios retiene, 
porque se hace palabra que sin hablar se la entiende? 
¿Quién se torna en aleluya porque traduce la muerte, 
como el trigo que se pudre y de uno cientos vienen?

Aleluya cantará 
quién perdió la esperanza, 
y la tierra sonreirá, ¡Aleluya! (bis).


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