"Putatibus" ¿de qué?

Quería empezar de forma provocativa, porque la fiesta de hoy me suele encender un poco.
Trataré de explicarme.
Hay una especie de pudor a la hora de llamar a San José "padre" de Jesús. De hecho celebramos sin miedo la fiesta de María Madre de Dios, pero no tenemos una fiesta de San José Padre de Jesús...  Le llamamos "esposo de la Virgen" pero nos da algo de miedo repetir dos veces la palabra esposo.

El otro día me topé de narices con la obra de una extraordinaria escultora de mi Orden, Maria Elena Manganelli. Ella esculpía antes de saber teología, y por eso me ha enseñado a mirar a San José de forma nueva, de hecho me ha ayudado a leer con mayor detenimiento los versículos finales del evangelio de Mateo, en los que se presenta el drama de cómo José entra a formar parte de la historia de Salvación de Dios.


Porque aunque pueda resultar incómodo decirlo varias veces, Mateo nos recucerda que María era la esposa de José, aunque María no tendrá protagonismo en este evangelio. El actor en estos primeros compases es José: a través de él se vincula Cristo con la historia de la humanidad, él ofrece nombre y familia al niño, y casa, y oficio, y la protección ante el odio de Herodes. Aunque Jesús de mayor nos hablará de la providencia de Dios, de niño esta providencia y protección quedó en las manos de José.

Pero sustituir a Dios aquí en la tierra requiere de características muy especiales. Requiere una confianza y un abandono absoluto en Dios. Mateo presenta la dura evidencia de la mujer núbil que espera un hijo; la dura evidencia para un esposo que se sabe traicionado. Y no es sólo que su paternidad sea frustrada, es sobre todo que la promesa que ha comenzado a realizarse entre él y su esposa está viciada. El protevangelio de Santiago usará la imagen de Eva, engañada mientras Adán estaba a otras cosas...

La Ley es clara, denunciar a la adúltera; pero la ley del corazón es también clara: nadie puede condenar a muerte a quien es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Así que José encuentra una salida aceptable a esta cruel dicotomía: puede despedir o repudiar a su mujer, de forma que, renunciando a ella, cargando él con la culpa social al abandonar a una embarazada, se salva a un tiempo la vida de María y la obediencia a la Ley de José.

Y entonces Mateo narra el milagro, lo extraordinario, lo sobrenatural. Dios que habla a José y le indica que no tema y reciba a su mujer. Pero lo hace en el sueño, como le gusta a Dios interferir en la vida humana. Si lo hubiera hecho al mediodía a través de un signo del cielo, o con un milagro portentoso, o a través de una zarza ardiendo, la libertad de José se habría sentido en cierta medida forzada por la tremenda fuerza de la acción sobrenatural. Pero Dios habla en el sueño, en lo íntimo, casi al borde entre los deseos y la esperanzas. Es allí donde hablaba a José en Egipto, y a Jacob, y es también en la noche cuando hablaba a Abraham. Soñar sueños y escuchar la voz de Dios, así hizo con Salomón en Gabaón. Una voz de Dios que surge de lo más íntimo del ser humano

José se levantó y recibió a su mujer. La acepta como esposa tal y como es, con todo el proyecto de Dios que va germinando en su seno. Y con ello acepta todo lo que vendrá. Ser hombro y compañía en el camino, ser la plaza fuerte, la sonrisa cercana, el abrazo y la mirada que realizan aquí en la tierra la protección y bendición de Dios allá en el cielo. José asume ser el esposo de María, con todo lo que venga.

"y le puso por nombre Jesús". Es José el que tiene la tarea de decir quién es el hijo de María. Ponerle el nombre no es simplemente un acto administrativo, sino que es describir lo que será el hijo y, al mismo tiempo, es acompañar al hijo en la realización de lo que debe ser. No termina con la circuncisión al octavo día, sino que empieza ahí y luego le sigue alimentarlo, abrazarlo, enseñarle a caminar y a trabajar, a actuar con honestidad y confianza, a ganarse el pan, a compartir con quien no lo tiene. En definitiva, hacer del Hijo de Dios un hombre hecho y derecho, un Hijo del Hombre.

Esta es la tarea de José, recibir a María y poner nombre al hijo. Sustituir en la tierra a un Dios del cielo que deja en nuestras manos el Reino que inicia.

Con la sabiduría que sólo da la contemplación natural de la belleza María Elena propone a un Jesús niño trabajando con su padre, como hacen los hijos, ayudando o más bien jugando con su padre mientras trabajan y hacen una cruz. Un niño que juega a grandes juegos de niño para poder hacer grandes cosas de hombre.

Y quizás sea más la imaginación que la tradición la que aquí nos acompaña, pero en algún momento de la vida del niño tuvo que aprender a dar la vida por los otros.

Ser hijo del hombre es una libre decisión de Dios que prefiere aprender con los pasos lentos de los niños, pero con los pasos seguros de quien agarra con fuerza la mano de su padre o de su madre. Quizás no fuera en el taller, pero si no allí fue en el comedor, o en la alcoba, o en el huerto, en algún lugar de la escuela que era la casa de Nazaret donde Jesús aprendió que la vida se gana cuando se pierde por alguien, que el amor amor es amor que se desgasta y muere poco a poco por el bien de la persona amada. Que cansarse por los que se ama, sudar, sangrar sufrir, llorar es precio justo para el valor del amor. Aprender a perdonar y compartir el pan, a agradecer el techo y el sustento, a bendecir y soportar las dificultades, a agradecer a Dios y confiar en su proyecto sobre nosotros.

El niño aprendió a ser un hombre del hombre y la mujer a los que les fue encomendado. Por eso sin miedo a afirmar totalmente la humanidad de Jesús el texto del siglo IV Historia de José el Carpintero hace que Jesús llame a José "padre según la carne" y que llore y conmueva la larga descripción de su muerte y de la compañía que Jesús hace a su padre moribundo, llegando incluso a pronunicar una bellísima oración, diciéndole a la muerte que viene a llevarse a José
"¡Oh tú, que has llegado de la región del mediodía, entra pronto a cumplir lo que mi Padre te ha ordenado! Pero vela por José como por la luz de tus ojos, porque es mi padre según la carne y ha sufrido por mí mucho, desde los días de mi niñez, huyendo de un sitio a otro, a causa del perverso propósito de Herodes. Y he recibido sus lecciones, como todos los hijos cuyos padres acostumbran a instruirlos para su bien."
José, el hombre en la tierra "puesto" para hacer la tarea del Padre de los cielos.

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