Escapar o vencer a la Muerte

La imagen que acompaña es un detalle de un sarcófago que se encuentra en el Museo Vaticano. En él se enterró a un cristiano en el siglo IV de nuestra era.

El hombre joven y sin barba es Jesús, tocando a Lázaro, que está saliendo del sepulcro. A sus pies, María o Marta, la hermana de Lázaro. Esta imagen esculpida en el extremo de un cofre sepulcral es toda una declaración de fe: Nosotros que hemos vivido con Cristo, tenemos la certeza de que seguiremos estando con Cristo tras la muerte... "¿crees esto?"... esta es la pregunta que Jesús dirige a Marta (Jn 11,26)

La existencia del hombre, de todo hombre, busca una permanencia, que viene negada por la caducidad. Tenemos una capacidad de crear, de generar a nuestro alrededor, desde la cultura a las relaciones y finalmente la propia vida. Pero esta capacidad humana que nos asemeja tanto a Dios está amenazada continuamente por un principio de caducidad, de temporalidad, en definitiva, de muerte.

Y nuestra ciencia y nuestra técnica pueden engañarla y alejarla por un tiempo, pero al final la pálida dama termina golpeando firmemente las aldabas de nuestra puerta. Y lo devora todo, nuestra fría enemiga, la última sombra que nos roba hasta la luz de los ojos.

"¡Ven aquí fuera!" (Jn 11,46) es el grito de Jesús que descoloca toda esperanza ante la muerte de Lázaro. Es la convicción de que su amigo no puede ser devorado por la Muerte. Sólo las vendas, el sudario y la piedra le impiden caminar entre los hombres. Y no puede ser vencido por la muerte porque es amigo de Jesús, porque comparte con él la victoria sobre la muerte.

Pero lo curioso del relato del evangelio de Juan es que Jesús no hace nada para que Lázaro resucite. Ni le toca, ni le unta barro, ni tan siquiera reza a su Padre para que haga un milagro. Es como si el milagro fuera innecesario porque Lázaro no está muerto sino dormido (Jn 11,11). Sólo necesita despertar, darse cuenta de que sigue vivo, que se den cuenta los que le rodean de que, de hecho, está vivo.

Los cristianos del siglo IV lo sabían. Depositaban a sus muertos y grababan su fe. Esperaban que un día, como a Lázaro, Jesús viniera a despertarlos. Y no necesitaban un milagro para volver a la vida, al menos no un milagro en el futuro. Porque el milagro había sucedido en el pasado, cuando fueron bautizados en el agua, recibieron el Espíritu y compartieron el Cuerpo que les hace formar un solo cuerpo con Cristo como cabeza.

Y si Cristo ha vencido a la muerte...... en él también nosotros hemos vencido

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