Jueves - Día 1 - Decenario del Espíritu Santo
¡Ven como Luz, e ilumínanos a todos!
¡Ven como fuego y abrasa los corazones, para que todos ardan en amor divino!
Ven, date a conocer a todos, para que todos conozcan al Dios único verdadero y le amen, pues es la única cosa que existe digna de ser amada.
Ven, Santo y Divino Espíritu, ven como Lengua y enséñanos a alabar a Dios incesantemente,
Ven como Nube y cúbrenos a todos con tu protección y amparo,
Ven como lluvia copiosa y apaga en todos el incendio de las pasiones,
ven como suave rayo y como sol que nos caliente,
para que se abran en nosotros aquellas virtudes que Tú mismo plantaste en el día en que fuimos regenerados en las aguas del bautismo.
Ven como agua vivificadora y apaga con ella la sed de
placeres que tienen todos los corazones;
ven como Maestro y enseña a todos tus
enseñanzas divinas y no nos dejes hasta no haber salido de nuestra ignorancia y
rudeza.
Ven y no nos dejes hasta tener en posesión lo que quería
darnos tu infinita bondad cuando tanto anhelaba por nuestra existencia.
Condúcenos a la posesión de Dios por amor en esta vida y a
la que ha de durar por los siglos sin fin. Amén.
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad
ardiente; que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que existieran
seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades y hermosuras, tus
riquezas y tus glorias. Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes,
el criar estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes
tu infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a
escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no oír los clamores
que contra Ti lanzan tus criaturas: es un desahogo infernal que Satanás tiene
contra Ti, y no es causa por lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y
dejen de alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el fin
para que fuimos criados. ¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada
porque en Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda dicha y
ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y hermosura, de todo
poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no somos ni podemos ser más de lo
que Tú has querido hacernos; ni podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres
criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos,
porque no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto
como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor
se me partiera el corazón en mil pedazos! ¡O que de un encendido amor que Te
tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para que el amor que Te tuviera
fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le
pido por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella
conocerte a Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el
último instante de mi vida y continúe después amándote por los siglos sin fin.
Amén.
Oración
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la
alabanza, honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas Personas;
que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una después que la otra, porque
las Tres son la sola Esencia Divina: que las tiene propiamente en sí tu
naturaleza y son las que a tu grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el
honor, la alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay honra
ni gloria digna de Ti. ¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean
conocidas igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona
del Hijo; sólo es desconocida la tercera Persona, que es el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo hiciste
sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien nos santifique y a Ti
nos lleve. Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el Padre y
continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para concluirla y rematarla es tu
Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y
sin El bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu posesión;
poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
Veamos en este día cuánto debemos amar al Espíritu Santo
las criaturas por ser El como el motor de nuestra existencia y la causa de ser
criadas para gozar eternamente de los mismos goces de Dios.
Sabemos por la fe que hay un solo Dios verdadero y que este
Dios ni tuvo principio ni tiene fin; y aunque es un solo Dios son Tres Personas
distintas a quienes llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo y las Tres son un
solo Dios, por ser las Tres la misma Esencia Divina.
Esta Divina Esencia tiene en Sí diversos atributos; y como
es un solo Dios, aunque hay en Él Tres Personas, las Tres gozan y tienen la
misma sabiduría, la misma bondad, la misma caridad, la misma misericordia, el
mismo poder y la misma justicia.
Sin embargo, estas Tres Divinas Personas tienen, como
repartidos entre Sí, estos divinos atributos.
El Padre tiene como propios y como cosa que a Él le
pertenece, el poder y la justicia; el Hijo, la sabiduría y la misericordia, y
el Espíritu Santo, que de los dos procede, la caridad y la bondad.
Este Dios, tres veces Santo, es, por naturaleza, manantial
de toda dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de todo poder y gloria,
por ser Él quien es único y sin principio, pues todo lo demás que no es Dios
todo tuvo principio y todo cuanto tuvo principio todo es de Dios y depende su
existencia de la voluntad de Dios.
Todo cuanto hay en los Cielos y en la tierra, todo...,
todo... depende de su querer, y si Él quisiera, los Cielos y cuanto hay en
ellos, la tierra y cuantos habitantes hay en ella, todo, en el instante mismo
de quererlo Dios, todo desaparecería y se quedaría todo como en la nada, de
donde Dios lo sacó; y mientras tanto, quedaba Él en la misma grandeza y
señorío, en las mismas felicidades, dichas, venturas y glorias, con los mismos
poderíos y hermosuras; porque fuera de Él, nada..., nada... de cuanto existe,
Le puede aumentar a Dios ni un pequeño punto de su grandeza, de su hermosura,
de su felicidad, de su dicha, de su poder, de su gloria; en fin, de todo lo que
es; porque Él es la única cosa que es; las demás cosas que existen no somos
nada.
Pues, siendo quien es, y lo que es, y que fuera de El no
hay nada que Le pueda hacer feliz, vedle allá, en aquellas eternidades de su
existencia, siempre..., siempre..., porque las eternidades dentro de El estuvieron....
y vida de Él recibieron, pues Él fue quien las formó, pues en todas aquellas
grandezas, felicidades, dichas, hermosuras, glorias y poderíos, sin que jamás
ninguno se lo pueda arrebatar, porque nadie existe sino Él; Él es la vida, y el
único que vive con propia vida, y por ser Él la vida, jamás puede morir; su
naturaleza divina encierra y lleva dentro de Sí más felicidades, dichas,
hermosuras, grandezas y glorias que gotas de agua encierran en sí todos los
mares, ríos y fuentes; y esta naturaleza divina de Dios está siempre como el
panal de miel, destilando de Sí lo que en Sí encierra, y como fuente siempre
perenne, porque su manantial es infinito e inmenso, y de Sí despide raudales
inmensos de todas las hermosuras que en Sí encierra aquella infinita bondad de
Dios, que es atributo divino y que le tiene el Espíritu Santo como cosa que a
Él le pertenece.
Vedle como si algo le faltara, porque no tiene a quien dar
aquellas dichas y felicidades que de Sí despide aquella Divina Esencia, porque
la bondad es, como su carácter natural, el ser comunicativo y hacer a cuantos
pueda participantes de lo que Él tiene y posee; y, ¿a quién va Dios a dar y
hacer participante de lo que Él tiene si nadie existe sino Él?
Si las Tres distintas Personas que tiene en Sí esta
Divina Esencia, las Tres son la misma cosa, el solo Dios, ¿pues cómo saciar
este su deseo del Espíritu Santo?; ¿de qué medios se valdrá para que este
atributo divino se satisfaga? Ved lo que Él mismo nos enseña que hizo: con su
atributo de bondad hizo fuerza a todos los demás atributos que hay en Dios, y
todos unidos, como lo están siempre, por ser propiedad natural de la divina
Esencia, todos hicieron fuerza a la voluntad y querer de Dios, para que con su
poder crease seres que, sin ser dioses, puedan participar de sus grandezas, de
sus hermosuras, de sus felicidades, dichas y glorias; en fin, de todo aquello
que brota de Sí su Divina Esencia y lo disfruten mientras Dios sea lo que es,
es decir, la única cosa que es y que no tiene fin, ni le puede tener jamás; la
voluntad y querer de Dios aceptó lo que pedían sus atributos divinos, y ved
aquí cómo el Espíritu Santo es como el motor de nuestra existencia y la causa
de haber sido criados para tanta dicha y ventura.
¿Y cómo agradecer al Espíritu Santo este beneficio si
no se Le conoce? Yo por mí confieso que hasta que este mi inolvidable Maestro
no me enseñó esta verdad yo nunca supe tal cosa. ¿Cómo yo Le iba a agradecer al
Espíritu Santo este beneficio sin saberlo?; de aquí, Señor, la grande pena de mi
corazón el que no eres conocido.
¿Y cómo vas a ser amado si no eres conocido? ¿Y quién Te
conocerá, Señor, como Tú eres si Tú mismo no Te das a conocer?
¡Oh Santo y Divino Espíritu! ¡Bondad suma y caridad
inmensa, que siendo piélago inmenso de inmensas dichas y glorias, como si algo
Te faltara, porque no tenías a nadie a quien comunicar y dar lo que Tú tienes!
¡Oh qué mal correspondemos a tan inmenso beneficio! ¡Qué
poco apreciamos los inmensos bienes que Tú, ¡oh Santo y Divino Espíritu!, has
querido darnos con tanta liberalidad y largueza, sin tasa y sin medida,
metiéndonos en aquel piélago inmenso que en Ti existe, para que eternamente,
con tu misma dicha, seamos eternamente dichosos; con tu misma felicidad, seamos
eternamente felices; con tus hermosuras, hacernos eternamente amables a tus
divinos ojos; con tu grandeza, hacernos grandes sobre todo lo bello y hermoso
que en los Cielos existe y criaste sólo para nuestro placer y contento!
¡Oh quien me diera recorrer el mundo todo y hablar a los
hombres de Ti para que supieran lo que Tú nos has proporcionado para toda la
eternidad y empezaran a amarte, quererte y servirte ahora en esta presente
vida!
¡Oh Maestro mío, mi todo, en todas las cosas! ¡Si cuando estén en posesión
de Ti pudieran tener alguna pena, como en esta vida sucede, no tendrían otra
alguna que la de no haberte conocido para a Ti sólo haberte amado!
Pues, ¡Bondad suma! Ven, sal a nuestro encuentro y hazte
conocer de todos los hombres, para que en este destierro no caminemos sin tu
compañía. Sé Tú, ¡oh Santo y Divino Espíritu!, la luz que nos alumbre por los
desconocidos caminos que a Ti conducen, el hábil Maestro que destruya nuestra
ignorancia y rudeza y nos enseñéis, como Madre cariñosa, a balbucear cuando
estemos en la presencia del Señor, para que, enseñados por Vos en todo no nos
hagamos indignos de gozar lo que tu infinita bondad nos tiene ya preparado y de
ello y de Vos gocemos por los siglos sin fin. Amén.
Letanía del Espíritu Santo
Señor. Tened piedad de nosotros.
Jesucristo. Tened piedad de nosotros
Señor. Tened piedad de nosotros.
De todo regalo y comodidad. Libradnos Espíritu Santo.
De querer buscar o desear algo que no seáis Vos. Libradnos
Espíritu Santo.
De todo lo que te desagrade. Libradnos Espíritu Santo.
De todo pecado e imperfección y de todo mal. Libradnos
Espíritu Santo.
Padre amantísimo. Perdónanos.
Divino Verbo. Ten misericordia de nosotros.
Santo y Divino Espíritu. No nos dejes hasta ponernos en la
posesión de la Divina Esencia, Cielo de los cielos.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo.
Enviadnos al divino Consolador.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo.
Llenadnos de los dones de vuestro espíritu.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo, haced
que crezcan en nosotros los frutos del Espíritu Santo.
Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creados y renovarán la faz de la
tierra.
Oremos: Oh Dios, que habéis instruido los corazones de los
fieles con la luz del Espíritu Santo, concedednos, según el mismo Espíritu,
conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por
Jesucristo, Señor nuestro. Así sea.
Obsequio al Espíritu Santo para este día primero
¡Oh qué fino y delicado es en el amor que tiene al que Le ama con este amor desinteresado! Los cielos que crió para premio de los que Le habían de servir, Le parecieron poco a este apasionado amante.
Por eso se determinó que el premio que había de dar a los que con amor puro y desinteresado Le amen, fuese dárseles Él mismo en posesión por amor en esta vida, haciendo de los dos amores un solo amor, para que, con el mismo amor, se amen y en el mismo grado los dos se correspondan.
¡Oh hasta dónde llega su infinita bondad para con nosotros sus criaturas! ¡Hasta querer darnos su amor para que con él Le amemos!
Este amor le da el Espíritu Santo y este amor es con el que Dios quiere ser honrado.
Pidámosle a este Santo y Divino Espíritu y no cesemos de pedírselo hasta que le hayamos conseguido.
Segunda resolución: entrar dentro de nosotros y con energía arranquemos de nuestro corazón todo afecto que hallemos, grande o pequeño a cosas o a criaturas, y decir con firme resolución: Señor, desde hoy, y en lo que se refiere a amar, voy a vivir como si Vos y yo solos viviéramos en el mundo, seguros de que el Espíritu Santo nos dará la gracia que necesitamos para llevar a cabo nuestras resoluciones hasta exhalar el último suspiro. Así sea.
Oración final
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba, le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería. Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?”
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que Te aman! ¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por los siglos sin fin. Así sea.
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