Metidos en harina

 

Cuando quieres hacer pan, colocas la harina, viertes el agua con la levadura y empiezas a amasar, con calma y fatiga; una y otra vez, con el cansancio de tus dedos y brazos. Y la harina va tomando consistencia y forma de hogaza. Y la harina también se esparce por el mandil, los brazos y bajo las uñas, por la frente y a veces por el pelo. Todo se tiñe de harina. A veces hasta la boca te termina sabiendo a harina. 

También el Hijo del Hombre se puso a amasar la harina de la humanidad. Y su cuerpo quedó marcado de los odios, de los rencores, de la incomprensión, de la fragilidad de las lealtades humanas y sobre todo quedó marcado por la muerte, como queda un panadero tras amasar el pan.

Pero después el panadero mete la hogaza en el horno y el fuego obra el milagro de transformar la harina en pan, de hacer ligero lo pesado, crujiente lo que es blando, sabroso y delicioso lo que antes apenas podía tragarse. 

Y el panadero vuelve a casa y recorre el pueblo con su inconfundible olor a pan. Igual que el Hijo del Hombre, que regresa al cielo con el inconfundible olor de la Iglesia.

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