¿Quienes son santos?
La noche del 31 de octubre se festeja con una mirada burlona hacia la muerte. Algunas de sus características más dramáticas como la putrefacción, la decrepitud y la deformidad que el sepulcro genera en la belleza de los cuerpos se convierte en excusa de broma, de risa, de mofa. Morir es una de las realidades más humanas. Ante ella cada minuto de la existencia, a cada día, a cada gesto de amor, adquieren una dimensión de únicos, de irrepetibles. Porque cuando descienda el telón sobre nuestra última noche nada quedará salvo el recuerdo. Y el drama de que la eternidad sembrada en nuestros corazones quede reducida a cenizas se afronta con la inconsciencia o la negligencia del necio o el inconsciente. El tajo de la parca, la guadaña que cercena y niega la eternidad de nuestras palabras y amores, se adorna de broma y guasa para disfrazar su filo y su drama.
Y sin embargo, la mañana del 1 de noviembre se festeja con una mirada profunda hacia la vida. Pero una vida vivida desde la participación en la Vida más intensa y profunda, la vida del mismo Señor de la Vida, la Vida de Dios. La tradición hebrea definía la característica de Dios como "santidad" y en la mañana de Todos los Santos se festeja y se recuerda que esta Santidad de Dios se comparte con todos aquellos que desean y quieren abrazarla. Es una Vida en la que tenemos parte propia, que nos corresponde por herencia propia.
"Ser Santos" no es una condición o rango que se adquiere al final de la vida, tras un "examen" de competencias espirituales. Ser "santo" es la naturaleza propia de Dios y por tanto es la naturaleza propia de los hijos de Dios, que lo somos no por nuestros méritos sino por el amor de Aquel que por nosotros y con nosotros vivió, murió, resucitó y está sentado a la derecha del Padre.
Ser Santos, es "blanquear nuestros vestidos con la sangre del Cordero" (Ap 7,14), es abrazar y aceptar nuestra herencia, nuestra identidad de hijos de Dios que viven desde la sencillez y pureza del corazón, que buscan el bien de todos y la justicia, que son mansos, que sufren con la certeza de que las lágrimas serán enjugadas, que sobrellevan el sufrimiento con la serenidad de quien sabe que las cosas saldrán adelante.... que perdonan, que aman a sus semejantes como a sí mismos, que bendicen a los que los persiguen y oran por ellos, que no buscan ser servidos sino servir.
Ser santo es aceptar nuestra parte en esta herencia, es aceptar nuestra nueva identidad de hijos de Dios. Ser santos es vivir una Vida que es bebida y comida sobre el altar y es partida y derramada en cada minuto de la vida. Es aceptar y decidir formar parte de la gran familia de los que comparte la Vida de Dios. Y así dejarse acompañar por tantos hermanos y hermanas que forman parte de esta Vida antes que nosotros; dejarse acompañar por ellos, enseñar por ellos, ayudar por ellos.
Y son miles de millones.... una multitud inmensa que nadie podría contar. Y nosotros tenemos un sitio entre ellos, un lugar a su lado, nuestro sitio, nuestro lugar. Aceptemos nuestra herencia, abracemos lo que somos, vivamos la vida que se nos ha regalado.
Nosotros no somos los supersticiosos temerosos de la noche de las ánimas; somos los audaces que celebran la alegre mañana de la resurrección del cuerpo y del alma. Somos los hijos de Dios, los herederos de la Vida divina.
¿Quienes son los santos? ¿Quienes somos? Los que vivimos la vida de Dios; aquí y ahora, mañana y siempre.
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