Sábado - Día 10 - Decenario del Espíritu Santo
¡Ven como fuego y abrasa los corazones, para que todos ardan en amor divino!
Ven, date a conocer a todos, para que todos conozcan al Dios único verdadero y le amen, pues es la única cosa que existe digna de ser amada.Ven, Santo y Divino Espíritu, ven como Lengua y enséñanos a alabar a Dios incesantemente,
Ven como Nube y cúbrenos a todos con tu protección y amparo,
Ven como lluvia copiosa y apaga en todos el incendio de las pasiones,
ven como suave rayo y como sol que nos caliente,
para que se abran en nosotros aquellas virtudes que Tú mismo plantaste en el día en que fuimos regenerados en las aguas del bautismo.
Ven como agua vivificadora y apaga con ella la sed de placeres que tienen todos los corazones;
ven como Maestro y enseña a todos tus enseñanzas divinas y no nos dejes hasta no haber salido de nuestra ignorancia y rudeza.
Ven y no nos dejes hasta tener en posesión lo que quería darnos tu infinita bondad cuando tanto anhelaba por nuestra existencia.
Condúcenos a la posesión de Dios por amor en esta vida y a la que ha de durar por los siglos sin fin. Amén.
Acto de contrición
¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente; que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades y hermosuras, tus riquezas y tus glorias. Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar estos seres para Ti tan deseados.
¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer?
¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el fin para que fuimos criados. ¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.
Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres criaturas, tenemos por esencia la misma nada.
Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque no podemos tener vida sino en Ti.
¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!
¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me partiera el corazón en mil pedazos! ¡O que de un encendido amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!
Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido por quien sois, Dios infinito en bondades.
Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el último instante de mi vida y continúe después amándote por los siglos sin fin. Amén.
Oración
Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza, honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina: que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay honra ni gloria digna de Ti. ¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti existen?
Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo; sólo es desconocida la tercera Persona, que es el Espíritu Santo.
¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien nos santifique y a Ti nos lleve. Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.
Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin El bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera por toda la eternidad.
Así sea.
Consideración
En entrando el alma en esta escuela divina, donde el
Maestro que enseña es el Espíritu Santo, si el alma pone en práctica todo
cuanto aquí la enseña, no es andar ni es correr ni volar; es ir camino de la
santidad con la ligereza y prontitud con que va a todas partes nuestro
pensamiento.
En esta escuela, abierta por el Espíritu Santo en el centro
de nuestra alma, se aprende una ciencia sobre toda ciencia humana.
Los libros de esta escuela son dos: el primero que damos
nosotros tiene dos partes.
Se llama este libro la humanidad de nuestro adorable
Redentor. La primera parte toda ella contiene los hechos externos de
Jesucristo, divino Redentor nuestro.
Esta primera parte de este libro se estudia hasta que con
el continuado estudio queda en nuestra memoria como un dibujo, y esto es para
que siempre y en todas partes andemos en su presencia, y con esto que logremos
nos dice nuestros Maestro que nos basta.
La segunda parte de él contiene la práctica de su
contenido. En la práctica cada uno lo ha de hacer según sus fuerzas y según su
capacidad; porque en esta escuela, aunque todos hemos de practicar las mismas
cosas, como nuestro Maestro es tan prudente y discreto, tan compasivo y
misericordioso, que nunca nos exige más de lo que cada uno puede, quiere que pongamos
los ojos en el libro que El nos da y cada uno haga allí lo que en el libro vea.
Porque esta humanidad santísima de nuestro Redentor, aunque
para todos es el libro abierto que ha de comprender y practicar, pero este
Maestro inolvidable nos enseña y dice que también es el gran arquitecto, que
dibuja y traza y levanta los edificios muy distintamente los unos de los otros.
En todos pone los mismos cimientos y emplea los mismos
materiales; pero en
su modo de levantarlos hay inmensa variedad.
Porque mientras a unos los levanta poniendo en ellos un
solo piso, a otros con dos, a otros con más, y a algunos los levanta a grande
altura, y a otros les pinta y hermosea por dentro, dejándolos muy lisos por
fuera; a otros los hermosea por fuera como por dentro; a otros los levanta en
sitios donde no son conocidos ni vistos de nadie; a otros los pone para que de
todos sean vistos y conocidos. En fin, todo lo hace como su grande sabiduría lo
traza, lo quiere y dispone. Lo que quiere es que cuando veamos a uno de los
discípulos de esta escuela que le levanta Dios a grande altura y a nosotros nos
deja, que le ayudemos a dar gracias a Dios, porque se digna fijar en él su
mirada y no cesemos de dar gracias por ello, pero jamás a la criatura la
ensalcemos ni alabemos, porque nosotros no podemos saber si merece alabanza por
lo que tiene o merece desprecio por lo que hace.
Porque al ver la disposición en que se hallan el corazón y
el alma, que es lo que Dios mira y por lo único que se disgusta o complace,
esto no lo podemos nosotros ver, porque en el corazón y en el alma, ¿quién
puede entrar si no es Dios? Nadie más que Dios.
Cada uno en sí mismo vea lo que a Dios Le agrada y lo que
Le disgusta. Pongamos nuestros ojos en ver el interior de Jesucristo, para ver
la disposición de aquella alma bendita y de aquel corazón amante, cómo obraban
y el fin que llevaban en todas sus acciones, para nosotros hacerlo por los
mismos fines que Dios hecho hombre obraba.
Y esto muy bien se ve y se aprende en esta segunda parte
del libro, que es en lo que nosotros hemos de insistir únicamente.
El segundo libro que hay en esta escuela está sólo a la
disposición de nuestro Maestro. No nos lo explica, porque este libro, todo lo
que él contiene, está sobre todo el entender de toda inteligencia humana.
Y para que tengamos una idea clara y verdadera de lo
incomprensible que este libro es, ¿qué hace?
Como es tan sabio, tan poderoso y sutil para enseñar,
cuando estamos ya al final de la práctica de la segunda parte del libro
primero, queriendo como premiar nuestro esmero en poner en práctica cuanto
hemos visto en él, ¿qué hace entonces?
Nos habla y nos dice que aquel libro tan sobre nuestro
entender tiene por título “Divina Esencia, Dios”, y al punto se siente el alma
con todas sus potencias que no es ella, sino con una fuerza superior que no
sabe ella qué es, pero que la arrebata su alma y sus potencias.
Y la arrebata sobre todo lo criado, no sólo de la tierra,
sino de lo que llaman firmamento y nosotros llamamos Cielo, casa o palacio, o
cielo, como lo quieran llamar, donde Dios puso a los ángeles cuando los crió.
Pues sobre estos cielos, allá... en inmensas y dilatadas
alturas, fue arrebatada mi alma por una fuerza misteriosa y con tanta sutileza,
que así como nuestro pensamiento, en menos tiempo de abrir y cerrar los ojos,
recorre de un confín a otro confín, allí con esa mayor ligereza yo me veía
allá, en aquellas inmensas y dilatadas alturas, y allí donde tienen Dios su
palacio imperial, me hallé; en aquellos cielos que siempre existieron, por ser
ellos como el trono de Dios...
Lo que allí hay, ¿quién lo podrá explicar, si arrebatada el
alma, a vista de aquellas bellezas, nada sabe decir? Todos cuantos allí están
gozando de Dios se ven, se miran, se dan el parabién los unos a los otros.
Allí no hay palabra alguna que se oiga pronunciar. ¡Oh
lenguaje divino!, que mirándose en Dios, todos se entienden, y arrebatados
todos, todos glorifican a Dios, y corriendo aquellos cielos tan dilatados con
aquella agilidad con que se les ve siempre y siempre están todos como en el
centro de Dios metidos, vayan donde vayan, recorran lo que quieran.
Siempre se hallan en el centro de Dios y siempre
arrebatados con su divina hermosura y belleza. Porque Dios es océano inmenso de
maravillas y también como esencia que se derrama, y siempre está derramando.
Y como lo que se derrama son las grandezas y hermosuras,
dichas, felicidades y cuanto en Dios se encierra, siempre el alma está como
nadando en aquellas dichas, felicidades y glorias que Dios brota de Sí.
Es Dios cielo dilatado y por eso siempre se están viendo y
gozando nuevos cielos, con inconcebibles bellezas y hermosuras, y todas estas
bellezas y hermosuras siempre las ve y las goza el alma como en el centro de
Dios. Y recorriendo aquellos anchurosos cielos nuevos siempre el alma se halla
eternamente feliz.
¿Oh, quién podrá decir qué es aquello?
Si los querubines vinieran todos a la tierra, y con aquella
inteligencia tan privilegiada que Dios les ha dado, y con el ardiente deseo que
todos ellos tienen, de que Dios sea conocido en sus obras, empezaran a hablar,
nada nos sabrían decir ni darnos siquiera idea de lo que aquello es.
De nuestro Dios, ¿quién habrá que nos pueda hablar y decir
algo? No tiene cuerpo, ni forma, ni figura alguna. ¿Quién, por lo tanto, nos
podrá decir cómo es Dios? ¿Qué cuerpo, forma o figura tiene la perfección de
todas las perfecciones, la perfección de todas las hermosuras, si ni de las
cosas que vemos y palpamos casi no podemos dar cuenta?
Si no, decidme: ¿Qué forma tiene la claridad? Y ¿qué la
aurora de la mañana? Y ¿qué la vida nuestra? ¿Y la de todas las flores, plantas
y de todo cuanto tiene vida?
¡Oh vida que siempre viviste! ¡Unica vida que vive! ¡Oh
Dios mío y todo mío!
¿Quién habrá que nos pueda hablar de Ti y decirnos lo que
eres?
Si el que Te ve queda arrebatado y olvidado de sí, no sabe
si vive en sí, porque el solo recordarte transporta y saca de sí, ¿quién podrá
decirnos algo de Ti? ¡Oh!, ¿a qué compararse el conocimiento de Dios que se
adquiere en esta escuela divina y el que tenemos antes de entrar en ella?
No hallo otra comparación si no es la del ciego de
nacimiento, que sabiendo lo que es la naturaleza por lo que han dicho, de
repente le quitaron su ceguera y viera la naturaleza tal cual ella es. ¡Qué
bien sabría decirnos la diferencia que hay entre lo que le habían dicho y lo
que ella es!
Pues, ¡Maestro mío!, tráenos a todos a tu escuela, para
que, como el ciego, veamos lo que Tú eres, porque nadie nos lo puede decir.
¿Cómo va con palabras a podernos decir la criatura que de
su principio es la nada? ¿Cómo va a poder saber decirnos qué cosa es, lo que
es, siendo incomprensible por su grandeza y majestad inmensa? No hay
inteligencia humana ni angélica, por dilatada que sea, que nos lo pueda decir,
porque toda dilación que no sea lo dilatado de Dios, todo tiene su término, y
llegando a su término, de allí no pasa. ¿Quién nos va a hablar de Dios y
decirnos lo que es? Nadie, nadie, ni del cielo ni de la tierra. Es foco de
eterna luz, que encierra inmensos fulgores; manantial de perfecciones que
encierra toda virtud. Cada una de sus infinitas perfecciones tiene su modo de
ser, y por naturaleza es infinita en hermosura y belleza, tan arrebatadora, que
el que la ve se arrebata y queda como enajenado y absorbido en la misma belleza
y hermosura, y se siente el transmitir de aquella hermosura y belleza, y al
sentirlo, nuevamente se siente enajenado, absorto y arrebatado por una dicha y
felicidad, que siente el alma en sí misma.
Y esta dicha y felicidad las ha sentido a la vista de una
de las perfecciones de Dios.
Pues, ¿qué sentirá a la vista de todas las perfecciones y
virtudes y atributos de Dios?
Y ¿qué será verse cada uno amado de Dios ante todos los
ángeles y ante todos los hombres, con un amor como es el amor de Dios, que deja
el alma embriagada en una felicidad, que no tiene semejanza, que llena de
hartura, sin que el alma tenga cosa alguna que desear?
Que al alma y cuerpo aquel amor de Dios da hartura en toda
clase de felicidades, dichas y glorias, sin que este amor de Dios disminuya ni
deje de amarnos por los siglos sin fin.
¿Qué sentirá entonces el alma, cuando se vea tan amada para
siempre, de aquel que es la única cosa que es?
Y ¿quién nos podrá explicar o decir lo que el alma siente a
la sola vista de Dios, cuando de sólo verle se queda el alma toda como anegada
en aquellos piélagos inmensos, mares sin fondo, cielos que no tienen fin en lo
inmenso y dilatado?
Porque todo esto encierra en sí aquella Esencia Divina.
Pues ¿quién habrá que nos pueda decir lo que es Dios, si lo
que se siente al sólo verle, nadie lo puede decir, porque se queda el alma sin
vivir en sí y vive sólo en Dios y endiosada? Y así, ¿qué nos podrá decir, si
endiosada su vivir es absorta y enajenada y arrebatada por la hartura de todas
las felicidades?
Pues ¿cómo va a poder decir lo que es Dios?
¿Quién hay que arrebatado pueda articular palabra, y aunque
pudiera, cómo va a saber decir lo que está sobre todo entender?
Y si esto produce la vista de Dios, ¿qué será lo que
sentirá el alma, cuando se dé Dios al alma en posesión, para que Él goce y goce
para siempre? Y si estos efectos causa en quien Le ve, ¿qué gozará poseyéndole?
¿Qué será Dios en Sí mismo?
¡Oh grandeza suma! ¡Vida que siempre viviste y con tu
propia vida! Porque Tú eres el que has dado a todos la vida.
¡Oh, quién me diera poder tener ahora en esta presente vida
un infinito gozo para gozarme con él de que seas quien eres!
¡Oh, y que los hombres nieguen tu existencia, siendo Tú la
única cosa que es y vive con propia vida! ¡Oh mi todo en todas las cosas!
Habla, y déjate sentir de un confín a otro confín de la tierra, y di a todas
las criaturas que para nada nos necesitas; que si nos deseas, no es con otro
fin que el de remediar nuestras necesidades, y sacarnos de nuestra poquedad y
miseria, y darnos la dicha y felicidad que buscamos y no hallamos, ni lal
podemos hallar; porque no existe sino en Ti, que eres fuente y manantial de
toda dicha y ventura. ¿Y cómo la van a buscar en Ti, si en Ti no creen; si
niegan tu existencia?
¡Oh Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra y
hiere a todos como Tú sabes herir, para que así, heridos por Ti, no resistan
más tiempo a tus llamamientos divinos y dejen esas niñerías en que están
entretenidos, engaño satánico con que Satanás gana los corazones de los
hombres, y seducidos y engañados, pasen la vida con niñerías distraídos, y así
los coja la muerte y pierdan el fin para el cual fueron criados.
¡Santo y Divino Espíritu! No nos dejes en nuestros vanos
entretenimientos.
Fuérzanos a ir a Ti con el poder que tienes como Dios que
eres.
Haz que en todos se cumplan tus amorosos designios, y seas
de todos alabado, ensalzado, glorificado, y nosotros gocemos de tus bondades
divinas y todos en tu divina presencia endiosados por Ti vivamos por los siglos
sin fin como Vos lo deseabais, aun antes de nosotros existir. Así sea.
Letanía del Espíritu Santo
Señor. Tened piedad de nosotros.
Jesucristo. Tened piedad de nosotros
Señor. Tened piedad de nosotros.
De todo regalo y comodidad. Libradnos Espíritu Santo.
De querer buscar o desear algo que no seáis Vos. Libradnos Espíritu Santo.
De todo lo que te desagrade. Libradnos Espíritu Santo.
De todo pecado e imperfección y de todo mal. Libradnos Espíritu Santo.
Padre amantísimo. Perdónanos.
Divino Verbo. Ten misericordia de nosotros.
Santo y Divino Espíritu. No nos dejes hasta ponernos en la posesión de la Divina Esencia, Cielo de los cielos.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo. Enviadnos al divino Consolador.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo. Llenadnos de los dones de vuestro espíritu.
Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo, haced que crezcan en nosotros los frutos del Espíritu Santo.
Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía tu Espíritu y serán creados y renovarán la faz de la tierra.
Oremos: Oh Dios, que habéis instruido los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concedednos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro. Así sea.
Obsequio al Espíritu Santo para este día segundo
Las tres virtudes teologales
Hemos de prometer este día al Espíritu Santo el guardar,
conservar y trabajar cuanto nos sea posible, porque nadie nos puede arrebatar
estas virtudes Divinas.
Entre las criaturas ninguna sabe, como lo sabe Satanás, lo
que valen estas virtudes.
Siempre anda como cazador, sin descanso en su busca, a ver
si las puede cazar. Cuando él se gloría mucho con la caza que coge, es cuando
lo hace por las soledades, porque anda en acecho por la soledad.
Si hace presa, seguras tiene las tres. Pone como
blanco la fe, y como ésta hiera, seguras tiene las otras dos; porque las
heridas en la fe son de muerte. Si hiere con su flecha infernal a la esperanza
o a la caridad, no se gloría tanto con su caza; porque estas heridas sanan
pronto.
Pero si hiere en la fe, como esta herida es mortal, ¡cuánto
se regocija en ello! Estas virtudes forman las tres como un solo árbol. La raíz
y el tronco, es la fe; las ramas, son la esperanza; los frutos, la caridad.
Si cortan las ramas, con su corte queda el árbol sin ellas
y sin fruto; pero el árbol no desaparece, porque como existe la raíz y el
tronco, pronto echa otra vez las ramas y éstas vuelven a dar frutos.
Pero si lo que quitan del árbol es el tronco o la raíz,
pierde las ramas y los frutos de ellas, el árbol desaparece; porque quitados el
tronco y la raíz, las ramas y los frutos mueren.
¡Almas consagradas a Dios en las soledades del claustro,
que tanto aprecio y estima hacéis de lo que llamáis visiones y revelaciones!
Haced más aprecio y estima de un acto de fe, que de todas las visiones y
revelaciones; creed ciegamente las que Dios tiene reveladas a su Iglesia, y las
que la Iglesia aprueba, y ninguna más.
Y con esto habremos dado un grandísimo consuelo al Espíritu
Santo. Así sea.
Oración final
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla!
¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia!
¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres.
Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.
¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!
Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!
¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba, le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería. Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!
¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres!
Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.
¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor!
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!
¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!
Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?”
¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que Te aman! ¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no verte amado porque no eres conocido!
¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por los siglos sin fin. Así sea.
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