Abrir Camino...


 Hay mañana a en las que la jornada va a discurrir por sendas resbaladizas, frías, incómodas... e incluso peligrosas. El miedo siempre convive con el ser humano, y es nuestro aliado para preservar la integridad, pero puede ser un obstáculo para crecer. Un camino peligroso puede ser una perfecta excusa para no seguir avanzando, para engañarnos con esa falsa promesa de “mejor espero a mañana”.

Quizás después de habernos encontrado con Cristo, de llenar nuestro corazón con sus Palabras, de arder de Esperanza, quizás se nos han abierto los ojos y nos estamos dando cuenta de que el Camino que nos lleva a Cristo hoy discurre por sendas resbaladizas. Decisiones morales complicadas, cuentas corrientes amenazadas, trabajos precarios, relaciones difíciles. El niño de Belén iluminó la noche, pero no hizo amanecer a media noche, no cambio las reglas del mundo de los hombres, solo propuso un camino para vivirlo de otra forma  

Los Magos encontraron la Estrella, tuvieron valor de salir de casa, cruzaron un camino complicado con la certeza de encontrar al Rey de Reyes, una certeza que generaba una esperanza. Pero hay otro camino, el que se hace después del pesebre, que no es sólo un cambio de regreso a una vieja casa. Es más bien un camino nuevo a una casa nueva.  

Los que salieron eran extranjeros, los que regresaron eran ciudadanos del Reino, desconocían las promesas pero conocieron a quien las pronunciaba y la cumplía, tenían sueños y ahora tienen una alianza envuelta en pañales. No solo es una promesa, es más bien una semilla e una humanidad nueva. Vuelven a su casa para mirar lo de siempre de una forma nueva, a la luz de un acontecimiento nuevo, a la luz de la Vida compartida con un Dios que se ha hecho hijo del Hombre y abre a los hombres el camino para ser hijos de Dios. 

Y así la casa de aquellos sabios de oriente es un nuevo pesebre en el que la Gracia de Dios toma carne humana y de esta forma ilumina la vida humana con una luz nueva. 

Así ilumina también el camino de esas mañanas incómodas y tortuosas, así ilumina el engaño de esa falsa prudencia que se esconde en el miedo para no dejarse arrastrar por la audacia de la Gracia. 

Si hay que cruzar el mar amenazante, sólo necesitas dos cosas: el deseo de llegar a la otra orilla y el madero al que agarrarte mientras nadar te fatiga. No te engañes esperando que las aguas se abran a tu paso, no fantasees con el poder de caminar sobre el oleaje. Piensa quién te espera al otro lado, ansía el abrazo en la patria, agárrate al madero y empieza a adentrarte rumbo a la otra orilla. Vuelve a Casa donde te esperan  

¿Por dónde vamos a ir a la patria? Por el mismo mar, pero en el leño. No temas el peligro; te soporta el leño que sostiene al mundo. (s.Agustín, Salmo 103 IV)

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